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miércoles, 16 de septiembre de 2015

La casa de mi abuelo. Parte I.

Quise escribir mientras las conversaciones se mantienen frescas en mi memoria. Quizá ahora no recuerde muy bien las palabras de mi abuelo pero trataré de hacerlo.
Después de visitar su casa en el altiplano (Joyabaj, Quiché), la que era su casa y su tierra, le pregunté como tomó la decisión de migrar hacia Ixcán, también en Quiché. Todos los de mi generación conocemos la historia de nuestros abuelos. Conocemos lo que nos han contado, siempre de manera informal, o lo que hemos leído, pero ahora que recuerdo nunca le había preguntado de verdad cómo fue. Y qué mejor lugar para preguntarle que ahí, en la sombra de unos árboles extraños, mientras caía la tarde y esperábamos un jalón para regresar a la casa de los parientes de mi abuela.
Empezó el relato diciendo que un día lo buscó un hombre de nombre Alejandro -olvidé preguntar el apellido- en la finca de la Costa Sur, donde él trabajaba. Mi abuelo no se encontraba ahí pero llegó al siguiente día y sus hermanos le contaron que don Alejandro lo andaba buscando y al parecer, con mucha urgencia. Inmediatamente lo buscó y don Alejandro le preguntó si tenía tiempo para sembrarle unas cuerdas de maíz. Mi abuelo le dijo que sí y junto a sus hermanos sembró las cuerdas. Luego, el señor los invitó a almorzar (mataron una gallina, me dijo) y posteriormente descansaron debajo de unos árboles.
Fue ahí cuando don Alejandro le preguntó a mi abuelo que cómo estaba, algo rutinario. Mi abuelo le contestó diciendo que estaba bien. Y entonces el señor le soltó la sopa. Le dijo que sabía de un lugar donde había tierras disponibles, si ellos querían. Que era un lugar lejano pero que había mucha tierra. Mi abuelo se interesó inmediatamente. Pero tienes que ir mañana mismo a Santa Cruz del Quiché a contactar a cierta persona, le dijo. La persona a la que se refería era el sacerdote español Luis Gurriarán. Después de hablar con sus hermanos decidieron que él y su cuñado Gregorio irían a buscar al sacerdote. Al día siguiente, mi abuelo viajó inmediatamente a Santa Cruz del Quiché a buscar al padre. Como no conocían la Casa Social, dirección que les habían dado, iban preguntando por toda la cabecera y, según me contó, casi al llegar a la casa se encontraron al padre y a Fabián Pérez, el amigo y traductor del padre Luis. A ellos le preguntaron por el padre Luis. ¿Para qué lo buscan?, dijo el padre, riendo.
Entonces ellos le comentaron que escucharon de aquellas tierras que estaban disponibles y que estaban interesados. El padre les indicó que si de verdad estaban interesados tenían que viajar ya ya que un grupo que había ido a reconocer el lugar regresaba pronto y les pidió que contaran a sus amigos y conocidos sobre estas parcelas, por si les interesaba. El viaje iba a ser por un mes. Pero el padre Gurriarán estaba preparado. Les dijo que vinieran a recoger una "mercancía" para sus familias, que básicamente se trataba de alimentos como leche y huevos, insumos básicos, con lo que sobrevivirían mientras ellos andaban explorando el lugar donde se asentarían.
Mi abuelo cuenta que inmediatamente se pusieron de acuerdo con sus hermanos para cosechar el maíz que tenían plantado y contrató un camión para traerlo desde la Costa Sur.
Le pregunté cuál fue su primera impresión al ver por primera vez las tierras de Ixcán. Me dijo que le gustó, porque había mucha y además era una buena tierra, donde se podía sembrar maíz todo el año.
¿Y qué pensó mi abuela? Le pregunté. Al principio ella no quería irse para allá, señaló. Pero su mamá (de mi abuela) le dijo que se fuera y que si no le gustaba siempre podía regresar.
Al final, me dijo, a tu abuela le gustó tanto que ya no quiere regresar acá (a Joyabaj).
Me faltó ahondar en el inicio de esta historia, mi historia, porque me hubiera gustado escuchar sobre los primeros meses en Ixcán pero al fin encontramos jalón por lo que, si el Universo quiere, le preguntaré otro día.

LA CASA
La casa que construyó mi abuelo hace más de 45 años está hecha de adobe y techo de teja se encuentra ubicada en la cima de una montaña de Joyabaj donde se puede ver todo el paisaje del altiplano. A este lugar mi abuelo lo llama "Chu jib". En nuestra niñez, en incontables ocasiones escuchamos referencias de este lugar. No sé por qué le dirán así. Existe ahora una carretera de terracería, pero antes no había nada. Mi abuelo tenía que caminar 2 horas y media para llegar al pueblo de Joyabaj. Ahí mi abuelo tenía tres manzanas de terreno pero me dijo que no era suficiente para heredarle a sus hijos y a los hijos de estos. Tiene razón mi abuelo. Dejó una tierra impresionante pero solo porque pensó que iba en busca de algo mejor.
La casa sigue ahí, pero ya no es nuestra.

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